El altar de los marineros borrachos

Como ocurre periódicamente en la literatura, y en las artes en general, Canese intenta una forma experimental de la escritura y lo propio de la experiencia es la incertidumbre de sus resultados. Lo que nos propone se emparenta de alguna manera con los experimentos que siempre acompañan las renovaciones estéticas. Y así, por ejemplo, en las artes plásticas del siglo XX donde el cubismo deformaba (deconstruía) las figuras como Canese deforma (deconstruye) las palabras. O en la pintura abstracta donde los colores iban en busca de sus volúmenes como el discurso de Canese va en busca de su estructura. En el caso presente el problema será cómo resolver una contradicción inherente ¿Desde dónde y para quién escribe Canese? ¿Cómo transmitir un mensaje si el lenguaje empleado discrepa del de la comunidad lectora? Un verdadero desafío de delicada pero posible superación.
Una empresa entonces forzosamente incierta que Canese lleva adelante con el coraje de un Sísifo al reemprender cada vez el asalto a la montaña de las Instituciones empujando obstinadamente la roca de su inconformismo. Una advertencia sin embargo. Por más que el discurso de Canese tome a veces dimensiones apocalípticas y que sus páginas estén llenas de cólera, no se debe olvidar la vertiente lúdica del texto y los intermedios cómicos que vienen a amenizar la aparente gravedad de la propuesta, aligerada también con los toques autobiográficos que se pueden leer entrelíneas o directamente.
Por su apariencia desconcertante, por su azarosa legibilidad, por su contenido exacerbado, el destino de este Altar de los marineros borrachos es imprevisible. Lo cierto es que tiene desde ya su lugar señalado en La Biblioteca de Babel imaginada por Jorge Luis Borges, donde figuran desde siempre todos los libros escritos y por escribir. (J. A.)