Mandu’arã ha temiandu /memorias y sentimientos

Tal vez la etapa más linda de la vida sea la que va de la niñez a la juventud. En ese tiempo, todo es diferente, se percibe todo de un modo muy especial, los colores son más bonitos, las brisas más suaves, el olor de la tierra y de los bosques cuando llueve tiene un perfume único, arrebatador, que nos hace sentir identificados y confundidos plenamente con la naturaleza. Las nubes, las mariposas, los pájaros, los cerros, todo, todo, nos hablan al corazón en un lenguaje de amor que al ir pasando los años ya no se repite nunca más.
Yo también tuve esa etapa cargada de sentimientos e ilusiones, llena de luces y sombras. Tuve mis momentos de alegría, de confusiones y de angustias, de emociones y ocurrencias, propios de la edad inquieta, cargados a veces de inseguridad y dudas, pero siempre auténticas y sinceras. Fue no obstante la mía, una etapa intensamente vivida como para no olvidar jamás.
Me hice luego adulto y me lancé a un mar distinto en donde uno llega a la orilla o le llevan las olas para siempre. Hoy, aún sigo nadando, sin perder mi cargamento de ilusiones y esperanzas, con la fe y la creencia de llegar a puerto alguna vez o sucumbir en la porfía.
Pude transportar al papel algunos de esos momentos emotivos. Nunca sin embargo le di mayor importancia, aunque ya supiera que eran parte de mí mismo. Tenía, sí, guardados en una carpeta. Pero un fuego que nada perdonó me los ha destruido. Pude recomponer algunos y otros se fueron definitivamente en cenizas.
Dejo estas copias a mis amigos y familiares como un modesto testimonio de mis pasos por la vida. A ellos pido me perdonen los errores e imperfecciones, de los que soy consciente.
Para aquellos a quienes sentimientos de este tipo no les interesan, les pido que me ignoren. Para todos sin embargo van mi afecto y mi cariño. (Agustín Vázquez López)